Antes de que Segovia reciba la magia de siglos de reinados; esa magia que llega en camellos sedientos y tiene largas túnicas y trucos que nadie ve, pero que convierten la nada sobre una zapatilla de andar por casa en regalos de todo tipo y condición… antes de que Segovia reciba todo eso, la víspera del cinco de enero se convirtió también en una noche mágica. Mágica y digna de Oscar a las mejores interpretaciones de la propia magia; porque sobre las tablas del Teatro Juan Bravo de la Diputación hubo quien la interpretó colorida, en forma de sombrilla china, quien la relató en forma de poesía visual, quien la pintó fosforita en medio de la oscuridad, quien la hizo aparecer y desaparecer al paso firme de un tango, quien le dio alas y quien la condujo por el escenario y el patio de butacas con humor fino y descarado.
El artífice de esta última interpretación, Mag Larí, aparecía sobre el escenario pasadas las siete de la tarde, a ritmo de ‘Bamboleo’y acompañado de su ayudante, Cayetano. Presumido en su vestimenta, llegando a lucir una casaca diferente cada vez que aparecía en escena, Mag Larí fue la mejor elección posible para conectar un número y otro, logrando que la espera fuese mágica y divertida a partes iguales; y eso que el público que llenaba el Teatro, bien por el asombro que produjo cada uno de los números de la tarde, sin excepción, o bien porque la tarde era fría en Segovia, se mostró lento en sus reacciones. Al menos en el principio.
Un principio que comenzó entre asiático y latino, con Huang Wen Yu multiplicando sombrillas de todos los tamaños y colores mientras bailaba canciones propias del sur de América. La china movía un brazo y hacía aparecer una sombrilla. Abría la mano y hacía brotar dos. Giraba sobre sí misma y el escenario se llenaba de confeti que caía junto a una hilera de sombrillas. Unos números más tarde, y esta vez con paso y pasión de tango, serían los franceses Kenris Murat y Aurélia quienes hiciesen aparecer y desaparecer de sus manos cartas de colores, flores y hasta fuego. Las bocas abiertas y el empeño en tratar de buscar la nada de donde salía el todo se instalaba en las caras de grandes y pequeños entre el público.
Los espectadores pudieron, además, comprobar en primera persona por qué Ta Na Manga ganó hace ocho años el premio internacional más prestigioso del mundo de la magia. Con una belleza y una delicadeza extrema, y al compás de la música de Yann Tiersen, el dúo portugués primero construyó y deconstruyó una historia que consumió corbatas y cartas de desamor y convirtió discos en pañuelos y pañuelos en bombillas, y después volvió a aparecer sobre el escenario para transformar un naipe en tecla de piano. Asistir a la interpretación de la magia por parte de los lusos fue un auténtico lujo para los sentidos. Y no menos lujoso fue recibir en Segovia a Omar Pashá, quien no estaba anunciado, en principio, en el cartel. Su traducción de la magia al idioma del teatro negro hizo que no se echasen de menos las prometidas acrobacias de Elastic & Francesca y que su capacidad de hacer aparecer y desaparecer la luz de objetos y, especialmente, de personas en la oscuridad, fuese ovacionada con entusiasmo por parte del público del Juan Bravo.
Aunque si hubo una ovación que sobrevoló el patio de butacas, los palcos y hasta el proscenio de ‘la duquesa’, esa fue la que se llevó Arnau en la enésima ave que sacó de un cielo despejado sobre el escenario para poner fin a la tarde. Palomas, canarios, cacatúas, loros y papagayos extendieron sus alas para terminar de hacer comprender al público que la magia se puede escribir y se escribe con plumas de todos los colores.