Los agricultores de Castilla y León han constatado que desde hace al menos ocho años el cambio climático en sus campos es un hecho. Y lo es porque en este tiempo han comprobado cómo los ciclos han variado, las cosechas son más vulnerables al estrés térmico y se enfrentan a enfermedades cada vez más frecuentes.

Esta situación la acusa especialmente el cultivo mayoritario en la Comunidad: el cereal. “Tenemos enfermedades y hongos que antes no teníamos” asegura Juan Ignacio de Antonio Senovilla, agricultor y fundador de la Unión de Pequeños Agricultores (UPA) en la Comunidad y actual secretario nacional de la organización. Su incidencia no solo afecta a la producción, sino que además puede llegar elevar el coste por hectárea en unos 40 o 50 euros, debido a la necesidad de incorporar más tratamientos en cada campaña.

Pero además, en la agricultura cerealista de Castilla y León existe el problema de las altas temperaturas, más allá de la escasez o no de lluvias, añade el director de Cultivos Herbáceos de Cooperativas Agro-Alimentarias de España, Antonio Catón. Y es que en los últimos años se ha pasado de tener unas temperaturas más o menos homogéneas a experimentar “picos” de altas temperaturas que «hacen mucho daño”.

“El cereal funciona bien hasta los 28 grados, a partir de ahí empieza a sufrir”, agrega Valentín López, de la sección de Cereales de la Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (Anove). Los tres participaron en una mesa redonda virtual moderada por el Grupo Promecal en la que se trató el problema del cambio climático en el campo y la sostenibilidad de los cultivos ante estos nuevos retos.

Senovilla recuerda que antes la cosecha estaba casi asegurada -salvo catástrofe-, pero incide en que ahora con siete u ocho días de calor por encima de los 30 grados “se seca”. “Esto es el cambio climático” asegura. «Lo estamos viviendo y lo estamos sufriendo los agricultores de Castilla y León”. En el mismo sentido se pronuncia Catón cuando afirma que hay unos ciclos de cosecha muy complicados y variables. «Las buenas perspectivas de esta temporada nos están haciendo sonreír con esperanza, pero no debemos descartar que un golpe de calor contundente, nos borre la sonrisa y nos tuerza la ilusión”.

Desde el sector se lleva tiempo trabajando para reducir los efectos del cambio climático en el cereal que, con más de 1,6 millones de hectáreas cultivadas entre cebada y trigo blando, es el cultivo predominante. Se han hecho inversiones en las explotaciones para la optimización de los procesos y un mejor aprovechamiento de los recursos hídricos, y desde hace tiempo se ha puesto el ojo en la tecnología aplicada a la innovación genética de las semillas.

Valentín López señala: «Antes, cuando las cosas se ponían feas, mirábamos a Santa Bárbara, y ahora miramos a la ciencia”, convencido de que la innovación genética es “la mejor arma que tiene el agricultor frente al déficit hídrico, las plagas, las enfermedades, los golpes de calor y las altas temperaturas”.

Adaptación de las semillas

Los participantes en esta mesa virtual coinciden en que España empieza a ser, climáticamente, el norte de África, por lo que la adaptación de las semillas a ese escenario es una labor necesaria para mantener los rendimientos. “Si consiguiéramos un trigo que aguantase más horas entre 28 y 29 grados, estaríamos incrementando la producción entre un cinco y un diez por ciento” asegura el especialista de Anove. Y es que en los últimos años, esta innovación ha demostrado que en Castilla y León, aún con una pérdida de superficie que se sitúa en torno a las 200.000 hectáreas de cereal desde los años 90, “ha dado incrementos de rendimientos e incrementos de producción”, asegura el director de Cultivos Herbáceos de Cooperativas Agro-Alimentarias.

Catón añade más cifras, e indica que desde 1990 y hasta este año 2020, la superficie de cereal en Castilla y León se ha reducido casi un diez por ciento, mientras que la producción se ha incrementado un 25 por ciento y los rendimientos más del 35 por ciento. “Eso se consigue porque el agricultor utiliza cada vez mejores variedades y mejor adaptadas a las circunstancias”, observa. Esta circunstancia, agregan, hará que los países más al norte lleguen a afrontar su propia lucha con buena parte del aprendizaje hecho, porque ya se sabrá qué semillas hay que sembrar para este tipo de climas.

Unidad de acción

“El agricultor se ha profesionalizado mucho” apunta el responsable de UPA. Una característica a la que pide que se le de valor porque “llevamos mucho tiempo trabajando de manera conjunta” con las empresas de semillas que aplican esa innovación para conseguir semillas más resistentes precisamente a esas nuevas condiciones climáticas.

Y eso es algo que señala como “positivo” con este cambio climático, que “nos ha unido para trabajar juntos las empresas de semillas, los productores y los cooperativistas”. Una unión en la que la formación y la concienciación del agricultor en torno a la importancia de estas variables se ha vuelto una de las claves del sector. Tanto es así que se han aliado en torno a una campaña de información en las zonas rurales que pretende conseguir esa conciencia, poner en valor su trabajo ante la sociedad y nosotros, los consumidores, y hacer que el agricultor sea parte activa en la lucha contra el cambio climático.

La campaña Agricultores contra el Cambio Climático está promovida por Grano Sostenible, una iniciativa constituida por Geslive (filial de Anove), Asaja, Cooperativas y UPA y, aunque se ha visto alterada por la pandemia de la Covid-19, llevará más de 10.000 folletos informativos a establecimientos de las zonas rurales, pondrá en marcha una web con información “útil y práctica”, y ha diseñado espacios divulgativos en televisión y radios.

La puesta en valor de este trabajo de todo el sector empieza a tener su reflejo en la percepción que los consumidores tenemos de los agricultores que, además con esta pandemia, se han erigido en los ‘otros héroes’ de la crisis sanitaria garantizando el abastecimiento de alimentos a la población.

“Valoramos mucho la labor que hacen los agricultores porque, a pesar de estar encerrados, seguimos comiendo de cooperativas” apunta Catón, aunque matiza que el consumidor “cada vez es más exigente”. Por eso reconoce el papel tan importante de su figura, pero también busca una producción cada vez más sostenible que solo se consigue “a base de tecnología”.

Esta tecnología con la inversión de los agricultores adquiriendo esa semilla certificada se convierte en un ‘círculo virtuoso’ que permite seguir investigando en la generación de semillas resistentes para poder afrontar las dificultades de hoy y de mañana. “El agricultor tiene que saber que está haciendo una inversión prioritaria porque se está adelantando al futuro” incide López, que valora esta unión de esfuerzos como “pieza clave” que es la anticipación para los próximos 5 o 10 años. “Cuando surjan los problemas, que van a surgir, el agricultor podrá disponer de herramientas para poder afrontarlos”, concluye.