
En 1957, el ábside de la iglesia de un pueblo de Segovia de apenas 133 habitantes realizó un viaje solo de ida a Nueva York. Aunque su parte más emblemática ya no reside en territorio segoviano, sus vestigios románicos permanecen aún en lo alto de una colina que domina la localidad, y su recuerdo resiste al paso del tiempo entre ruinas y campos de amapolas.
Esta iglesia de Segovia se puede ver en un museo de Nueva York
Hace casi dos semanas hablamos en Segoviaudaz del Monasterio de Santa María la Real de Sacramenia, cuyo claustro, sala capitular y refectorio se encuentran actualmente en Miami (Florida). Despiezado piedra a piedra, parte de este monasterio segoviano fue llevado a Estados Unidos, en donde es conocido como The Spanish Ancient Monastery (El Antiguo Monasterio Español). El responsable del traslado fue William Randolph Hearst, magnate de la prensa y los medios estadounidenses y coleccionista de arte, que en 1925 adquirió estos enclaves fundamentales del conjunto.
– Parte de un monasterio de Segovia ahora está en Miami –
Una historia similar pesa sobre la antigua iglesia románica de San Martín de Fuentidueña, pues su ábside ya no está, viajó, y se encuentra hoy en Nueva York. Tal y como relataron José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz en De Fuentidueña a Manhattan (2023), si no fuera porque todo está bien documentado, la historia de esta iglesia «parecería un guion firmado por Bardem, Berlanga y Miura».
Un expolio arquitectónico con historia
Historiadores y expertos de arte románico sitúan la construcción de la iglesia entorno a la primera mitad del siglo XII. Durante décadas, la iglesia quedó en ruinas; su cubierta desapareció, y parte de la nave se convirtió, en su día, en un cementerio.
Sin embargo, su destino cambió drásticamente en los años 50 del siglo XX. En 1957 se firmó un acuerdo entre el gobierno español (en plena dictadura franquista) y el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET), en el que se cedió indefinidamente el ábside a cambio de seis pinturas de la ermita de San Baudelio de Berlanga, en Soria, que fueron vendidas en 1922 y llevadas a Estados Unidos.
La operación fue minuciosa: los expertos desmontaron el ábside completamente, catalogando 3.396 sillares y otras piezas, embaladas en 839 cajas. Esas toneladas de piedra (se habla de alrededor de 284 toneladas) fueron transportadas en camiones hasta el puerto de Bilbao y desde allí embarcadas rumbo a Nueva York.
En The Cloisters, museo administrado por el MET, fue reconstruido. La sala en la que se reensambló busca recrear la sensación de una nave de templo: imponente, silenciosa, dramática. Dentro del ábside se pueden ver en los pilares a San Martín de Tours y al Arcángel Gabriel en la Anunciación; así como una escena de la Natividad en el capitel. Las columnas también muestran la Adoración de los Reyes Magos y a Daniel en el foso de los leones.
Consecuencias para Fuentidueña
Mientras el ábside conquistaba un nuevo hogar en el Metropolitan, en Fuentidueña quedó el esqueleto de lo que fue la iglesia. Solo se conservan restos de muros y la torre campanario, y el interior expuesto sigue siendo un cementerio.

Este episodio ha sido interpretado por muchos como uno de los más polémicos de expolio patrimonial arquitectónico de la época franquista. Además, ha generado un debate sobre lo que significa “intercambio cultural”: a cambio de una parte de su patrimonio, España recuperó pinturas valiosas, sí, pero la iglesia de Fuentidueña quedó amputada.
Un recuerdo que algunos quieren traer de vuelta
En 2018 la organización Hispania Nostra lanzó una campaña de micromecenazgo para «traer de vuelta a Fuentidueña el recuerdo de su patrimonio». La idea era replicar la exposición que el Instituto Cervantes de Nueva York dedicó al viaje del ábside y exhibirla en su lugar de origen. El objetivo marcado para llevar a cabo el proyecto era de 10.000 euros, sin embargo, la campaña finalizó sin haber conseguido los fondos necesarios. El promotor de la campaña fue la Asociación Amigos de Fuentidueña.
Por su parte, investigadores como María José Martínez Ruiz y José Miguel Merino han estudiado el caso con detalle. Merino, arquitecto segoviano, destacó por su labor en conservación patrimonial y dedicó parte de su vida a relatar esta historia en su obra De Fuentidueña a Manhattan.
Hoy, para los pocos visitantes que pasan por esta localidad de Segovia, contemplar las ruinas de la iglesia que no se llevaron a Nueva York y saber que la parte más hermosa está a miles de kilómetros da una sensación agridulce: orgullo por lo que se conserva y melancolía por lo que se fue.









