Aunque han pasado más de dos décadas desde que Matavenero (León) volviera a la vida después de más de 20 años de abandono gracias al Movimiento Arcoíris (Rainbow Movement), el llamado ‘pueblo hippie’ mantiene intacta su esencia, que cada verano atrae a cientos de personas que curiosean en sus calles, se quedan unos días o, incluso, deciden establecerse allí indefinidamente. Su aparición en las listas internacionales de ecoaldeas, su situación al lado del Camino de Santiago a su paso por Foncebadón y la Cruz de Ferro, así como su aparición en números reportajes y la bella ruta de subida al pueblo desde San Facundo por el curso del río Argutorio –que ahora se incluye dentro del proyecto de La Mirada Circular que promueve la Fundación Ciudad de la Energía-, hacen que muchos deseen conocer de cerca “la energía” de este pueblo resucitado.

Uno de esos casos es el de Daniel, nacido en Palencia y criado en un pueblo de Tarragona, llegó a Matavenero el septiembre pasado y ahí sigue. “Había escuchado mucho sobre la filosofía de vida que tenía aquí la gente y la manera en la que vivía, y me parecía que era llegar un poco más a dónde yo estaba buscando, recuperar un poco lo que se había perdido, la vida en la naturaleza”, explica este joven que vive en la ‘casa del viento’, en el valle norte, que “heredó” de su anterior moradora junto a un gato y que ahora se afana en sacar adelante un huerto con coles, puerros y cebollas “para pasar el invierno”. “A ver si el año que viene me doy más prisa”, bromea.

Cuando cumpla el año ya podrá participar en la toma de decisiones, que se realiza a través de órganos asamblearios, el Consejo, que tiene características similares a los tradicionales “concejos abiertos” que han caracterizado durante siglos la práctica política de los pueblos leoneses y que todavía está presente en muchos de ellos. El consenso y el acuerdo es la principal herramienta de la toma de decisiones y el debate “en círculo”, tal ensalzado en los últimos tiempos por el movimiento 15-M y que es una realidad en el día a día de Matavenero desde su refundación.

 

Peregrinos, visitantes y repobladores

El Camino de Santiago, que marca desde el cielo la Vía Láctea, a veces varía su trazado para dejar descansar a algunos de sus peregrinos en esta ecoaldea. Así llegó Pablo Schmitt a finales de julio. Alemán, aunque nacido en Cádiz, que durante la etapa entre Astorga y Foncebadón oyó hablar de Matavenero y decidió desviarse por unas semanas del Camino. “No sé cuando voy a seguir”, admite Pablo. Una situación similar es la que vive Nikki Hicks, que llegó desde California (Estados Unidos) y que, aunque sabe que continuará hacia Compostela, no sabe exactamente cuándo.

“Estoy aprendiendo español y en el Camino estaba con unas amigas de Ucrania y Rusia y oímos hablar de una ‘hippie commune’ (comuna hippie) y vinimos aquí hace dos semanas, dormí aquí un día pero me gustó mucho y por ahora me voy a quedar”, explica Nikki.

En Matavenero también se quedan unos días Dierdre e Isabel, de la Costa Oeste de los Estados Unidos y de la Costa Este de Canadá, respectivamente, que realizan una escapada desde Madrid para conocer el pueblo y que están alojadas en la llamada ‘cocina común’ -una especie de albergue donde se quedan los visitantes y que funciona con los donativos que estos dejan- y estos días colaboran con el turno de cocina. Junto a ellas está Javier, que participa en las ‘Jornadas naturales y de vida campestre’, un barcelonés que haciendo el Camino de Santiago vio un cartel que anunciaba que se regalaban solares en el pueblo cercano de Prada de la Sierra –abandonado en los años 70 y perteneciente al municipio de Santa Colomba de Somoza-, para repoblarlo y allí se quedó a vivir.

Pero en Matavenero hay muchas personas que llevan muchos años viviendo en él, algunos prácticamente desde su fundación como Ullrich Gerhard Wuttke, más conocido como Uli, o Eddie Bruderer. Ellos pasan las cuatro estaciones allí, como La Uli y Karl que tienen ‘El chiringuito’, pero muchos otros habitantes aprovechan los meses de invierno –quedan alrededor de una treintena de habitantes- para salir fuera, trabajar y “hacer economía” con diversos trabajos desde artesanía a la construcción, otros, como Jesse y Paloma que tienen un puesto de comida, prefieren salir en verano. Cada uno tiene su historia y sus razones para apostar por este modo de vida, como Fermín, que es de Burgos y llegó hace siete años para trabajar en la ‘Escuela libre’ como educador. Él defiende el valor de Matavenero como un “taller de experimentación”, un proyecto para aprender a compartir, para aprender a hablar en círculo. “Unos se van, otros vuelven, pero el proyecto es lo que queda”, señala Fermín.

 

La resurrección

La localidad de Matavenero permaneció durante más de veinte años abandonada, cubierta por la maleza y las zarzas y siendo pasto de las llamas en varias ocasiones en los años 70 y 80. Sus habitantes fueron dejando atrás sus hogares en busca de un porvenir en otros pueblos y ciudades de la zona, otros emigraron a Madrid y otros al extranjero. Los difíciles accesos y los continuos problemas con el abastecimiento del agua, acompañados de los largos y duros inviernos a una altitud de 1.000 metros fueron algunos de los factores que empujaron al éxodo masivo de sus habitantes durante los años 60. Poco a poco, Matavenero fue cayendo en el olvido.

Un olvido del que lo rescató el Movimiento Arcoíris. Una resurrección que arrancó en 1987 con la visita a varios pueblos de la comarca del Bierzo y la celebración de un encuentro en el Campo de Santiago, entre las localidades leonesas de Fasgar y de Colinas del Campo, para debatir cuál sería finalmente el lugar de asentamiento de la nueva ecoaldea. El 27 de septiembre de 1989, vuelve a la vida con la llegada de los primeros colonizadores y un modelo que conecta con lo que hace décadas era la vida en las zonas rurales: autoabastecimiento a través de la agricultura y la ganadería, organización comunal o la limitación en los consumos energéticos. Y con estas premisas la aldea ha desarrollado sus estructuras básicas como el bar, la cocina-panadería, el sistema de abastecimiento de agua, el comedor, las salas de reuniones, la tienda de artesanía, el dom –donde se celebran los grandes eventos-, y la huerta común. También es muy importante la ‘Escuela libre’, que cree en una “educación orgánica, dinámica y grupal, adaptada al ritmo evolutivo del niño y las circunstancias del entorno, respetando el propio desarrollo de sus intereses y su curiosidad”. 

Matavenero ha demostrado ser una sociedad viable a la hora de permitir su supervivencia como modelo de vida alternativo durante sus más de veinte años de andadura. Las diferentes estructuras económicas y sociales puestas en marcha por esos primeros colonizadores continúan vivas hoy en día, aunque cada habitante pueda tener su propia filosofía o idea de cómo debe afrontarse, cómo debe evolucionar ese proyecto. Ellos están en la senda marcada por la profecía de los indios Hopi, “cuando la Madre Tierra esté enferma y los animales estén desapareciendo, entonces llegará una tribu con gente de todas las culturas, que creerán en hechos y no en palabras, y ayudarán a restaurar la antigua belleza de la Tierra, ellos serán conocidos como los guerreros del Arcoíris”.

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