Nadie conoce a nadie. Esta frase que se repite en un par de escenas de ‘Smoking Room’, la obra que subió ayer al escenario del Teatro Juan Bravo de la Diputación, resume bien el desconocimiento que, en general, tenemos de aquellos que nos rodean en el día a día y que comparten con nosotros la pared del despacho, la tertulia sobre el partido de la tarde anterior o el mechero con el que nos encendemos un cigarro mientras creemos arreglar un mundo que, en realidad, nos tiene bien aliñados a todos nosotros.
Personas posesivas, personas obsesionadas, personas corruptas, personas supersticiosas, personas dóciles, personas interesadas, personas peligrosas. Da igual que nuestro papel lo interprete un inocente Secun de la Rosa, un histriónico Manolo Solo, un energúmeno Edu Soto, un rebelde Miki Esparbé, un oscuro Pepe Ocio o un condescendiente Manuel Morón; todos, en el fondo, tenemos un secreto, una presión exterior, un sueño, una racha personal insoportable o un deber que termina por eclipsar a nuestra voluntad natural, esa que surge de nuestros impulsos y que acaba silenciada por nuestras reflexiones.
Al final todo es humo, y eso es lo que mostraron ayer sobre las tablas del Juan Bravo los actores que dieron vida a los personajes inventados por Roger Gual y Julio Walovits. Con apenas cuatro mesas de oficina y dos paneles, los seis intérpretes escenificaron cualquiera de las situaciones que se pueden dar en una gran empresa en cualquier momento; desde aquellas que transcurren en la misma puerta de entrada al edificio hasta las que pueden llegar a suceder en el baño, pasando, por supuesto, por las que ocurren entre las cuatro paredes de un despacho, ya sea del director o del contable.
Quizás por este motivo, porque las escenas eran propias de la vida (laboral) misma, el público -que llenó el Teatro- no tuvo pudor ninguno en dejar escapar todas esas risas diferentes de las que hablaba Manolo Solo en una entrevista previa a la actuación. Hubo muchas carcajadas en las líneas en las que tanto el guión como la actuación, especialmente la de Secun de la Rosa y Edu Soto, invitaba a ello, pero también algunas risas nerviosas y solitarias en instantes puntuales de la obra que no tocaban a todos los espectadores por igual. Y es que, con todas aquellas historias puestas sobre la mesa, lo normal era que el público, tan cada uno de su madre y de su padre como los actores, se viese dentro de la trama; a veces mucho y a veces nada.