Fermina López, 50 años de misionera en la Amazonia brasileña

El 20 de enero de 1945 llegó al mundo en Malillos de los Oteros (León) Fermina López Villa. Hasta el comienzo de su vida religiosa vivió en Santas Martas, donde aún reside su hermana Etelvina (tiene también dos sobrinos en Barcelona y Madrid). Hace una década hizo su, hasta la fecha, la última visita a su tierra natal, de la que conserva gratos recuerdos, no exentos de nostalgia, así como de su infancia y de sus vecinos, aunque asegura que el tiempo los debilita. La distancia no impide que reciba noticias de su pueblo “por Facebook”.

La vocación le llegó de pequeña… ¿Cómo fueron los comienzos de su vida religiosa y por qué la Amazonia como destino?

La vocación misionera me llegó desde pequeña, sí, pues había una biblioteca donde leíamos la vida de los misioneros españoles por América y la vida de los indios en aquel tiempo. Esto era en la escuela del pueblo (Santas Martas) y en la parroquia, que tenía un Grupo Misionero en el que cambiábamos los libros y actas sobre América. A los 14 años conocí a las Salesianas Hijas de María Auxiliadora. Con su orientación y como interna fui descubriendo el deseo de vivir y ayudar a los niños indígenas de Amazonas que se veían en las imágenes que nos mostraban. Así fui orientada para entrar en la vida religiosa como aspirante, en Madrid, el 12 de diciembre de 1962. Durante las etapas de formación de la vida religiosa descubrí mi amor por América, los niños, los pobres… con la ayuda de todo lo que leía y de las visitas de misioneros al noviciado. En ese tiempo solicité ser misionera en la Amazonia y se atendió mi petición. Me enviaron a Italia para la formación específica misionera ‘ad gentes’ -misiones extranjeras- junto con otras cuatro hermanas. Pasado el tiempo fue destinada a Manaos, ¡Gracias a Dios!. En Italia tuve contacto con muchas brasileñas que estaban allí estudiando y cada día proyectaban videos de los indígenas y de obras sociales que la congregación tenía en Brasil. Esto me entusiasmaba más y más. Con ellas empecé a estudiar portugués y a apasionarme por la Amazonia.

¿Qué le animó a permanecer allí más de medio siglo?

El 12 de octubre de 1969, día de la Virgen Aparecida, patrona de Brasil, llegué al puerto de Río de Janeiro. Lo que me hablaban, lo que leía, lo que veía en los documentales me dio una idea clara de mi fascinación por el Amazonas y por los indios. Llevo aquí medio siglo y lo que me anima es la necesidad que hay de educar, valorar y hacer respetar la cultura indígena. Luchar con ellos para que se cumplan los derechos que la Constitución de 1988 les dio sobre los territorios, la lengua, las costumbres, su historia ancestral; ir quitando el prejuicio que hay -histórico- sobre los indígenas y su forma de vida. Los mismos brasileños son muy prejuiciosos, como si los indios estuvieran aún en la Edad de Piedra. Sus valores, sus principios son altamente evangélicos y humanitarios. La batalla actual es para defender su tierra, su lengua, su arte… es muy difícil. El Gobierno es contrario a todo lo indígena, a lo que llamamos la demarcación de la tierra -que implica un reconocimiento por parte del Estado-. Es muy duro, pues hay muchos opositores como las empresas, los mineros, los madereros y otros enemigos de los indios. La palabra ‘indio’ se toma como ofensa, la usan para denigrar o rebajar su dignidad. Se sufre mucho prejuicio; hay mucho desconocimiento de su historia real, no aquella contada en los libros.

¿Qué labores y dónde ha desempeñado en su larga trayectoria?

He estado 30 años de maestra en diversas escuelas salesianas en las áreas de Historia y Geografía por las escuelas de Río Negro. Ahora estoy jubilada de eso. Al mismo tiempo hacía pastoral en la parroquia: catequesis y oración, al estilo salesiano de juntar a los jóvenes los fines de semana para recreación y formación. Se juntan120 o más chicos y chicas. Estuve diez años como coordinadora diocesana de Pastoral en la Diócesis de San Gabriel de la Cachoeira, ayudando a tres obispos, hasta 2014, cuando me enviaron a otra misión. Fui directora de tres comunidades religiosas mientras daba clase… por 15 años coordiné varias escuelas en Belem y Río Negro. En la catequesis preparaba niños para la Primera Comunión y ahora, actualmente, para la Confirmación. Además, animación de grupos de jóvenes, pastoral de niños y de los barrios, en la asociación de vecinos. En la provincia salesiana coordiné el ámbito de la misión y de lo social. Son actividades muy propias de la Iglesia en Brasil, que cuenta mucho con los misioneros y con los laicos, a quienes siempre valoré y con ellos hice todo lo dicho anteriormente.

¿A qué se dedica en concreto ahora; cómo es su día a día?

De 2018 a 2020, en la misión de Barcelos, continué la dimensión pastoral a través de la parroquia; coordiné a las familias y jóvenes para la oración y la liturgia en las comunidades de la periferia. Mi presencia semanal para juntarles en la celebración de la Palabra cada domingo no paró en la pandemia. Como la escuela estaba cerrada tenía mucho tiempo para pensar y ayudar en los barrios, acompañando a las familias y a los líderes comunitarios, en los meses en los que no era fuerte en Barcelos. Por causa de la pandemia, cuidé plantas medicinales tradicionales y las repartía. Me entretenía en la huerta y en recoger las abundantes frutas de nuestra casa para ofrecérselas a niños y familias. Mucha gente se recuperó del coronavirus con la medicina natural.

Las hermanas replantamos-cultivamos un terreno abandonado de la Diócesis con frutales y árboles tradicionales. Tenemos açaí, pupuña goiaba, jambo, mango, graviola, limón y naranja en nuestro terreno .Queremos dar ejemplo a la gente para valorar la agricultura familiar. Así, el 2020, muy especial y atípico fue pasando. La situación de salud vino a empeorar a partir de finales de diciembre/enero.

¿Cuál es la mayor lección de vida que le ha dado el desempeño de su vocación?

Pues que vale la pena entregar la vida a un ideal, a un objetivo grande como es el Reino de Jesús, su Evangelio y como él, tentar, vivir, servir, entregarse plenamente día tras día. Recordando cómo empezó ese ideal, pues agradezco a Dios que me dio la fidelidad a los compromisos de castidad, pobreza y obediencia, siguiendo los consejos evangélicos. Todo, vivido en clima salesiano, que es de alegría, de espíritu de familia, de estar entre los jóvenes, de ver el lado positivo de la vida. Me ha hecho muy feliz en estos años, a Dios gracias.

¿Qué valores tienen las comunidades indígenas que deberíamos imitar?

En las comunidades indígenas y con el paso de los años aprendí a defender, admirar, contemplar la naturaleza, ver la mano de Dios en la Creación. Dios habla por los fenómenos naturales y por la belleza; por eso el indígena se pasa horas a la orilla del río sin decir nada, sólo contemplando, pensando y agradeciendo. La solidaridad, el compartir… todo es común. Aún ahora, en las aldeas más tradicionales se comparte el pescado, la yuca, los plátanos y demás riquezas que la selva produce. La vida comunitaria… en común para trabajar, para festejar, para solucionar los problemas de convivencia, para comer juntos, para plantear acciones a favor del grupo, para rezar y para hacer rituales. Admiro la tenacidad y perseverancia para defender sus principios y sus riquezas ancestrales, los derechos adquiridos como ciudadanos. La lucha es grande contra los ‘blancos’: que piensan en destruir o menospreciar su vida y costumbres. La espiritualidad que viven y transmiten a través de los ritos, de los ritmos, del lenguaje artístico, de los cantos, de las pinturas… mucha belleza sin par.

¿Puede contarnos alguna de las vivencias o experiencias que considere más duras y también las más gratificantes de su ejercicio misionero?

Más que problemas serían desafíos o retos al reconocer y practicar una educación autóctona, o la valorización de la lengua, la historia, las costumbres. La enseñanza del Evangelio o de la vida cristiana, de la catequesis, el uso de la lengua materna en la escuela, en la iglesia, en la escritura. La defensa de la tierra, siguiendo los derechos de la actual Constitución brasileña, conseguir para los jóvenes estudios en las universidades nacionales, convertirse en doctores en varias ramas del saber.

Finalmente, ¿qué consejo daría o qué sugerencia a los jóvenes de hoy en día?

Que tengan sueños, que piensen en grandes ideales y proyectos. Que un mundo mejor espera por ellos, por sus obras. Que al pensar, quieran una nueva civilización, la del amor y la fraternidad. Si los proyectos y los sueños son para el bien… los conseguirán. Que escuchen al papa Francisco, él tiene todas las orientaciones para una nueva y feliz generación.