La Escuela no es solamente el lugar físico en el que conviven durante unas horas profesores y alumnos para hacer un trasvase de conocimientos. La escuela, por suerte, es mucho más que eso, es y debe ser un espacio de convivencia en el que aprender a cuidarse unos a otros, donde crecer de la mano de los maestros que les enseñan aprendizajes básicos para entender la sociedad en la que viven y para desarrollar las competencias para desenvolverse en ella. La escuela es un espacio de aprendizaje de valores que ha de complementar la labor que corresponde a los padres hacer en casa.
En los tiempos en los que nos encontramos inmersos de forma brusca, inesperada y sorpresiva, no podemos pretender que los hogares absorban de la escuela la parte correspondiente a la instrucción formal que en ella se desarrolla. Las situaciones tan excepcionales como esta que vivimos requieren de medidas excepcionales y la escuela también debe comportarse de forma excepcional, priorizando los aspectos más humanos y humanizadores y aplazando para más adelante los instructivos.
No es cuestión baladí esta que aquí expreso y sobre la que creo necesaria una reflexión al respecto. Los hogares de nuestro país están con una tensión del todo atípica y con una posibilidad muy alta de convertirse en patológica. La incertidumbre laboral, el miedo al contagio por coronavirus, la angustia de los seres queridos contagiados o fallecidos en soledad y sin posibilidad de velarles y despedirles, son situaciones tan dramáticas y desgarradoras que la escuela no puede obviarlas. Para los adultos es desconcertante y desbordante a pesar de tener la capacidad de llegar a comprender muy por encima qué puede estar ocurriendo con este enemigo invisible que nos tiene a todos en pánico.
Sin embargo, para los niños la situación es aún más crítica porque están indefensos. No tienen aún la capacidad ni el bagaje para llegar a entender la muerte y la enfermedad como para comprender algo tan complejo como esta crisis. Lo que ven, oyen y viven es el miedo de los adultos que se supone han de darles protección, es la angustia y el desbordamiento de quienes son su soporte, sustento y seguridad. Y aunque no puedan expresarlo con palabras fácilmente, sus cabezas también están puestas en esta amenaza llamada coronavirus.
A mayores de todo esto y por si fuera poco, las familias están encerradas en casa sin poder poner un pie en la calle, lo que implica aumentar más si cabe los niveles de estrés intrafamiliar porque los niños sin actividad física exterior se suben por las paredes. Y, para más inri, muchos de ellos teletrabajando como pueden, con menos recursos de los que deben porque no están en sus puestos de trabajo, lidiando simultáneamente con el cuidado de los hijos y las labores domésticas básicas para no morir en el intento.
Y en este contexto tan complejo, ¿qué papel está jugando la escuela? Enviar correos electrónicos a través de las plataformas escolares con las tareas para que los niños no pierdan ritmo y estén entretenidos, para que tengan rutinas y no desesperen, y para todo lo que ustedes quieran pero ¿saben qué? Que en situaciones de angustia y ansiedad como las que estamos viviendo los cerebros de los niños no están en disposición para el aprendizaje sino parala supervivencia, para buscar la seguridad que no perciben en su contexto. Pero es que el cerebro de los padres tampoco está en disposición de hacer un trabajo para el cual no son especialistas y compartirlo simultáneamente con otros dos más: el suyo por teletrabajo y el de las tareas domésticas.
Los correos que llegan van acompañados de expresiones como: “son solo recomendaciones”, “no es del todo obligatorio”, “no os agobiéis si no podéis hacerlo todo”… y yo me pregunto. ¿Es tan difícil tratar de ponerse en el lugar de los padres?¿Es tan difícil entender lo que acabo de describir unas líneas más arriba? ¿Es tan difícil comprender que si a un padre le llega un correo de un profesor lo va a leer y va a tratar de ser responsable con la educación de sus hijos?
Estimados profesores y colegas (yo soy pedagoga), por favor, planteémonos la posibilidad de mandar UN correo semanal con alguna tarea que los niños tengan capacidad para hacer prácticamente solos, con autonomía, y dedicad el resto de la semana a escribirnos algún correo solo para interesaros por todos nosotros, a citarnos a una reunión virtual para vernos las caras y que les contéis un cuento a los niños y testéis su estado emocional, cantadles las canciones que practicáis en clase y tanto les gustan, recordad con ellos situaciones divertidas de clase… en fin, centraos por favor en la parte tan bonita que tiene la escuela que no es la instrucción de contenidos porque será lo mejor que podáis hacer por vuestros alumnos y por sus familias.
Ah! Y por supuesto, acordaos que los niños con necesidades especiales necesitan otras tareas que no son las de todo el grupo, que siguen necesitando de una atención especial y más cercana si cabe, y que, probablemente por la situación anómala, sus familias también lo necesiten.
Teresa Solís.
Pedagoga, madre y empresaria.