La Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León presenta en el Palacio Quintanar de Segovia la exposición colectiva ‘La pobreza y el juego’, de los artistas Alfredo Igualador, Jorge Cano y Elnegrish, afincados en Madrid. La exposición está comisariada por Emilio Gómez Barroso, autor asimismo del texto del catálogo. Las obras que componen la muestra, elaboradas principalmente con papel, collages, hilos y otros materiales caracterizados por su fragilidad, transitan por diferentes temáticas que abordan la condición vulnerable de la propia vida: una vulnerabilidad que asume la propia materialidad de las mismas. La exposición es una reflexión sobre la pobreza partiendo del mito de Icario y Erígone y tomando dibujos de éxodos, composiciones dinámicas de columpios y collages sorprendentes.
Icario, pastor de Atenas, recibe en su cabaña la visita de Dioniso, dios del vino y la ebriedad, disfrazado de mendigo. Icario, sin saber quién realmente es, lo recibe y le da cobijo y comida. En agradecimiento, el dios le regala un brote de vid y le enseña a cultivarlo, cuidarlo y a sacar de él el vino. Una vez realizada la cosecha y extraído el mosto, lo comparte con sus vecinos, que se embriagan y piensan que Icario los ha envenenado. En plena noche lo asesinan y, cuando a la mañana siguiente se dan cuenta del error, lavan la sangre y ocultan el cadáver en un pozo. Su hija, Erígone, lo busca infructuosamente hasta que, conducida por su perra, Mera, da con su cadáver. Desesperada por la muerte de su padre, se ahorca junto al brocal. Finalmente, apiadado y para aliviar la sucesión de catástrofes, Dioniso propone construir columpios para que las jóvenes se mezan todas las primaveras en conmemoración de Erígone.
Ese es el origen mítico del columpio, un instrumento que a la vez conecta la muerte y la alegría: no hay más que ver la mirada de los niños cuando elevan su cuerpo en el vacío, y la velocidad y el balanceo les muestran otra realidad aparte. Las fiestas de columpios se extienden por el Mediterráneo y tenemos una curiosa presencia de ellas en el cante de bamberas propio del folclore gitano-andaluz. Las figuras suspendidas entre escultóricas y pictóricas de diversos materiales de Jorge Cano quieren traer de vuelta ese balanceo.
La cada vez mayor implantación de las riquezas necesarias y las industrias funestas que mantienen los grandes éxodos nos hacen ver que la imagen de la pobreza que tenemos en la actualidad sea, cada vez más, de éxodo, soledad y ahogamiento en los muros de agua que separan la buena vida de la desgracia. Alfredo Igualador representa con sus dibujos y acuarelas, el volcado que los medios de comunicación enlatan diariamente, produciendo una especie de callo anímico que lleva a exorcizar la desgracia en la vida propia. Las imágenes se muestran demasiado habituales, demasiado cotidianas, y en un formato tan veloz… cabe preguntarse por ello, por el verdadero rostro de los que dormimos en los trajes laborales, financieros y políticos, como si fuera un papel rasgado en el que detrás del ADN aparecen los placeres de la carne, el vicio y el olvido.
Como descubre Elnegrish en sus collages rasgando cuerpos que dejan aparecer el absurdo del tiempo calculado, el rostro que se diseña en un cuerpo ajeno a la proporción natural, la vida cotidiana huyendo de cualquier tipo de proporción áurea. No es extraño entonces que el juego del amor también se decida en la morra, ese “piedra, papel, tijeras” en el que ningún lado gana a los otros dos, sino ocasionalmente, envolviéndolo, cortándolo o machacándolo y esperando la siguiente jugada.
El nuevo casino mundial produce este juego de envoltura donde, virtudes olvidadas mediante, se pone en juego quién goza más sobre el mayor número de personas. No es extraño, tampoco, que en la actualidad el amor quede desplazado por el odio, más rápido y duradero, pues la aspiración paradójica del rico (virtud de la riqueza) es que le valoren por lo que tiene y que lo amen por lo que es.