Nunca es fácil despedirse de alguien o algo importante, este 2024 toca hacerlo. El 31 de diciembre el Bar Gallego cerrará sus puertas tras más de ochenta años de actividad. «Ha sido un placer atenderos y teneros a nuestro lado«, aseguran en un sencillo cartel. El placer, sin ninguna duda, ha sido nuestro.
Han pasado ocho décadas desde que, huyendo de la pobreza durante la postguerra española, el matrimonio formado por Evangelino y Emilia, llegara a Segovia. Lo hicieron «por referencias de otros gallegos de la zona, para sacar adelante a su familia», explica Emilio. Tras ellos, Pepe y Olga, sus hijos, tomaron el relevo del pequeño bar, hasta que, años más tarde, unos jóvenes hermanos, Emilio y Luis, dieran un paso al frente y continuaran con el negocio familiar. Ellos son la tercera generación de esa familia que encontró en Segovia su nuevo hogar y que hizo, de su establecimiento, el hogar de todo un barrio.
La humildad siempre fue su seña de identidad, era una humildad generosa ya que siempre, fueran bien o mal las cosas, había un plato caliente para las personas con menos recursos, en el Gallego siempre había un hueco para los vecinos que más lo necesitaban.
El Gallego creció y evolucionó con el barrio. Cuando la antigua Fonda de la Estación cerró sus puertas, cogió el testigo y actualizó su horario para que no faltara un desayuno caliente para los trabajadores de la zona. Entonces, la actividad comenzó a arrancar a las seis de la mañana con los desayunos y, muchas horas después, bien entrada la noche, el local cerraba sus puertas. Era el trabajo incansable de una familia completa para dar servicio no sólo a los vecinos, también a los ferroviarios que, entonces, operaban en la Estación de Trenes, ahora más deshabitada que nunca.
En una entrevista efectuada para El Adelantado de Segovia, en el año 2003, la propia Olga recordaba que, cuando llegaban las nevadas, y no circulaban los trenes, los obreros se quedaban en el pequeño bar, día y noche. Ella recordaba entonces a los vecinos que ya non estaban, ahora todos recordamos a Olga, una auténtica institución, cerca de todos, atenta a todos, entregada a todos… Compartió cocina y amistad con Luisa, una cocina que luego ocupó Emi. «Todas y cada una de las personas que han trabajado aquí se han convertido en nuestra familia», reconocen los hermanos Sevillano que, emocionados, recuerdan a muchos de ellos, compañeros de barra, de trabajo y de vida,
Ochenta años son muchos años, muchos recuerdos y muchas vivencias. De las tres pesetas y medias que su fundador comenzó a pagar en esa pequeña esquina a la adquisición, décadas después, de la propiedad por sus nietos Emilio y Luis en el año 1993. Ellos construyeron en ese mismo espacio una gran cafetería, un nuevo lugar de encuentro con la esencia de siempre, con el alma de una familia trabajadora.
Ahora nos dicen adiós, y con este cierre se acaba una parte de la historia de nuestro barrio, una parte de todos nosotros.
Gracias y.. ¡Hasta siempre!