Se cuentan por miles las localidades españolas que, siendo víctimas del éxodo rural, quedaron completamente abandonadas. Las razones de carácter logístico fueron en la mayoría de los casos las principales culpables para que los vecinos de estas localidades las dejaran atrás al no poder cubrir sus necesidades diarias.

Matandrino, barrio perteneciente a Prádena, siguió esta misma estela. Llegó a contar con medio centenar de habitantes pero fueron la falta de suministros como agua corriente y luz y la falta de servicios como escuela y médico, las que obligaron a los vecinos a marcharse allá por los años 60. La mayoría de ellos a la vecina Prádena. Al parecer Gregoria y Agustina fueron aquí las dos últimas habitantes.

Bajando del coche, nos encontramos con soledad y nostalgia. Quizá la que nos provoca pisar por primera vez esta localidad totalmente abandonada. Nos acompaña el rumor de un aire fresco, limpio, de esos que cortan la piel. Llega directo desde la Sierra de Guadarrama, que nos observa desde arriba con un espeso manto de nubes. Allí arriba ya es invierno completamente.

Al parecer Matandrino se cita por primera vez en el siglo XV como «Mata Endrino» haciendo referencia seguramente a la presencia de Endrinos en la zona (arbusto cuyo fruto se utiliza para la elaboración del pacharán). Hacia el siglo XIX tenía ya 7 casas y a mediados del siglo pasado ya contaba con 40 vecinos que a lo largo de los años terminaron por abandonar el lugar. Los corrales que aún pueden observarse entre sus ruinas dan cuenta de que fue un pequeño núcleo en el que existía ganadería.


En pie queda, y con mucho lustre, la Cruz de Mayo erigida en 2016 en sustitución de la cruz de madera existente hasta entonces. Ésta sirve para rememorar las que fueron las fiestas de la pedanía y que de vez en cuando reúne a aquellos quienes habitaron o conocieron la localidad. Justo a su lado, aún se mantiene en pie el potro de herrar que servía para sujetar a los animales mientras se colocaban las herraduras.

El resto son los escombros del poco más de una decenas de casas, corrales con amplios espacios y una fuente. Saliendo de los muros de piedra de algunas casas, se pueden observar los que fueron esos hornos exteriores de las cocinas. Poco más se puede avistar en esta llana zona en las que no quedan vecinos, pero sí recuerdos. Toca disfrutar del paseo.