Hace ya algún mes los lectores pudieron abrir ‘La carta cerrada’, la última novela del vallisoletano Gustavo Martín Garzo. Nosotros hemos querido dejar pasar las semanas obligadas de promoción, de entrevistas, firmas y actos públicos para lograr un encuentro más íntimo.
Teníamos curiosidad en preguntar a Gustavo por cómo vive el período en que su última novela se lanza y deja de ser ya una carta cerrada. Y, aún más, tratándose de un texto cargado de sentimientos e intimidad como éste.
Martín Garzo (Valladolid, 1948) se ha convertido, como sospechaba el recién fallecido Miguel Delibes, en un escritor de referencia obligada. Premio Nacional de Narrativa, premio Nadal, premio de las Letras de Castilla y León… Domina muchos registros. Sus artículos en tono poético y crítico sobre la actualidad son de antología. Conoce como pocos el esqueleto de los cuentos tradicionales, pero también la armadura del alma femenina, el presente, el pasado inmediato y el mundo clásico. Con todos esos materiales y una imaginación bien dosificada elabora sus novelas. «El lenguaje de las fuentes», «La princesa manca», «Mi querida Eva» son, sólo, algunos de los títulos de su vasta obra.
Ahora tenemos la oportunidad de que nos cuente la experiencia de escribir un libro y las reflexiones que le llevan a hacerlo, antes de que este martes esté presente en la ‘Tertulia Literaria organizada por la Obra Social y Cultural de Caja Segovia y coordinada por el segoviano Ignacio Sanz.
Psicólogo de profesión, cuando recibió en 1994 el Premio Nacional de Narrativa por su novela «El lenguaje de las fuentes», Gustavo ya gozaba de prestigio en los ambientes profesionales gracias a sus tres novelas anteriores, pero también debido a sus críticas literarias y a su vinculación con la revista «Un ángel más».
Gustavo, ¿Cómo empezó esta andadura tras la pluma y el papel?
No fui un lector demasiado precoz. De niño prefería el cine y los tebeos a los libros y fue en la adolescencia cuando empecé a leer de verdad. Me inicié con las novelas de aventuras, entre las que sigo recodando con especial cariño los libros de Salgari. Luego, casi sin solución de continuidad, empecé a leer a autores como Kafka y los escritores americanos de la llamada Generación perdida: William Faulkner, Ernest Hemingway. Francis Scott Fitzgerald. Sigo fiel a ellos.
Se le identifica como el ‘narrador sosegado’, ¿Por qué? ¿A qué es debido?
Soy muy metódico. Cuando conservaba mi trabajo de psicólogo me levantaba muy temprano, y trabajaba hasta que me llegaba la hora del trabajo. Luego corregía por las tardes lo que había hecho en ese tiempo. Ahora, que vivo sólo de escribir, me levanto en torno a las ocho y estoy trabajando toda la mañana. Es decir, un mínimo de cinco horas. Lo hago todos los días, incluidos sábados y domingos, y considero que esa regularidad y esa constancia es una de las bases del oficio de escritor.
¿Qué intentas expresar o manifestar a través de tus publicaciones?
Los libros no permiten descubrir un mundo hecho a la medida de nuestros deseos y fantasías, la posibilidad de acceder a zonas insospechadas de nuestra alma y la de los demás, el milagro de mirar por otros ojos sin dejar de ser nosotros mismos.
‘Carta cerrada’ o la historia de Ana y Daniel, ¿Qué nos cuenta? ¿Qué intenta Martín Garzo transmitir con ella? ¿Por qué este título?
La carta cerrada habla del dolor. Pero el dolor en sus páginas no es solamente un lugar de desolación, sino de encuentro y memoria. Un lugar de adoración, puesto que en él se guarda la memoria de lo que perdimos. Y la madre de mi novela quiere aprender a amar el dolor, a no darlo la espalda. León Bloy dijo una frase que pensé utilizar como cita inicial del libro: “El corazón tiene zonas que todavía no existen y para que lo hagan, entra en ellas el dolor”. Y el dolor de mi protagonista abre zonas así en su propio corazón. Zonas que debe explorar para encontrase con lo que ama y, a través de ella, consigo misma.
¿Cómo valoras la evolución de la literatura destinada al público infantil? ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Esa literatura nos ofrece la posibilidad de adentrarnos en un mundo abierto donde todo es aún posible. Un mundo donde encontramos la libertad que sólo alcanzamos en nuestros sueños. En realidad, nunca abandono ese reino cuando escribo, ya que hasta mis novelas para adultos tienen siempre una dimensión no realista. Cualquier historia, para resultar sugestiva y hermosa, debe ser como una puerta que nos abre a otros mundos. El corazón del hombre es así y si la misión de las historias es dar cuenta de lo que pasa en ese corazón deben incluir necesariamente esa dimensión no racional. Se escribe para agrandar el mundo. En definitiva, por un deseo de aventura. El escritor, y el lector, son, por encima de todo viajeros de lo desconocido. Ver donde antes no se veía, esa es la verdadera cualidad de la imaginación
Parece un mito el hecho de estar sentado en la cama junto a un hijo y contarle una historia, ¿Qué valor le das a esto? ¿Se tiene que seguir haciendo? ¿Por qué crees que es tan importante?
Hay que creer más en hadas, dragones y príncipes embrujados. Todas estas figuras de la fantasía son nuestros mediadores con el mundo diverso y cambiante de la imaginación. Creo que la vida del hombre es muy amplia, y que una parte importante permanece desconocida. Explorar esas zonas olvidadas de nosotros mismos y de los demás es un deber. Sólo así podremos decir que hemos vivido de verdad.
¿Cómo incitas a los niños en la fascinación de leer? ¿Por qué consideras que es tan importante que ellos lean y se sumerjan en las historias?
Al principio, lo importante es que escuchen cuentos y que su imaginación se vea alimentada por ellos. Luego, cuando ese mundo les resulte imprescindible, descubrirán los libros. No hay que olvidar que las palabras de la literatura son las palabras que se pronuncian en la intimidad, y que, antes que nada, deben devolvernos el rostro de los que amamos. La literatura es una empresa de amor.
¿De qué forma fomenta Martín Garzo la lectura e incluso la escritura en los más pequeños?
Trato de escribir historias que les interesen. El niño y el adolescente de hoy viven en un mundo muy agitado, lleno de estímulos y ruidos. La literatura necesita silencio, quietud, retiro. El lector es un solitario, y el mundo actual no propicia la soledad. Aun más, creo que la considera como un valor negativo. Pero la soledad nos enseña a mirar el mundo desde nuestros propios ojos, y a encontrar las palabras que de verdad nos pertenecen. Es gracias a ella como podemos abrirnos a los otros.
En este sentido, ¿Qué papel juegan entonces las nuevas tecnologías en un escritor como Martín Garzo? ¿Y en los más pequeños, qué papel consideras que juegan?
No creo que haya que contraponerlas a la lectura, ni a la necesidad de escuchar historias hermosas. Creo que ambas cosas son perfectamente compatibles.
¿Y el cine? ¿Ayuda a fomentar la creatividad?
Todo lo que he dicho de los libros podría decirlo del cine. Yo no diferencio entre una forma de expresión y la otra.
Gustavo, ¿Por qué tendríamos que leer tus publicaciones? ¿Qué es lo que interesa de ellas, cuál es su esencia?
La literatura debe conmovernos. Se tiene miedo a los sentimientos, pero es un error. No se deben desmitificar los sentimientos. Su mundo es el mundo del relato. Un mundo lleno de prodigios pero también de peligros, en el que nunca sabemos lo que nos espera. La carta cerrada habla de una época concreta, la posguerra, y de lo que fue la vida de las mujeres en ese tiempo. Habla de Valladolid, mi ciudad, de las películas que se vieron ese tiempo, de los colegios, y de la castradora influencia de la religión sobre la vida de tantos seres. Pero no me interesa hacer una crónica, creo que para esa labor testimonial existen otros géneros más aptos. La ficción debe llevarnos a lugares de extrañeza y conocimiento. Su tarea no es decirnos cómo era un tiempo concreto, o cómo vivían en él las mujeres los hombres y los niños, sino encarnar sus emociones y su misterio.
¿Qué vas a contar a los asistentes a esta nueva sesión de la tertulia literaria en Segovia?
Les voy a hablar sobre todo de mi última novela. Creo que resume todo mi mundo. En ella están los sueños y los relatos de los hombres, su ansia de justicia, su lucha contra la muerte; las promesas de los amantes y la ternura. Y están los niños. Mi novela habla de esa relación con los niños. Una relación tan física, pues necesita caricias y besos, pero también llena de palabras e invenciones. La literatura no es nada sin esa presencia de la noche, de las visitas de los adultos al cuarto de los niños, de esos besos últimos con que se despiden de ellos. Es un procedimiento retardatorio. Cuando un niño le pide a un adulto un cuento en realidad le está diciendo que no se vaya de su lado. ¿Por qué las novelas no pueden hablar de esto? No hay nada más literario que la ternura, aunque los escritores raras veces se atrevan a hablar de ella. Paúl Valery dijo que la ternura conservaba la memoria de las atenciones extraordinarias que recibimos a causa de nuestra debilidad. En La carta cerrada yo he querido novelar la ternura.
Gustavo ha estado ya más veces en Segovia. Varias ediciones de Hay Festival le han dado la oportunidad de pasear y dialogar con otros escritores, ¿Cómo ha sido hasta el momento esta experiencia?
Siempre soy feliz hablando de lo que amo.