Cansancio extremo y musculatura entumecida durante casi seis meses. Enzo Grecco Blanco, un niño soriano de siete años, se suma al listado de personas afectadas por el ‘Covid persistente’ o ‘Long Covid’, que en Castilla y León se calculan que pueden llegar a las 50.000. Como él, la salmantina Elena Fuentes Castaño también sufre las secuelas: tiene 24 años pero desde que pasó el COVID se siente como una anciana de 80.
Enzo Grecco Blanco contrajo la enfermedad el 30 enero y hasta junio no ha podido recuperar el pulso a la vida. Correr, saltar, nadar, leer… todo se le hacía cuesta arriba. En su casa se contagiaron del virus sus padres, su hermana pequeña y su abuela. Su madre, Soraya Blanco, no sabe dónde pudieron contagiarse, pero días antes acudieron con la abuela al dentista, y «quizás» pudo ser el origen.
El niño pasó “una gripe fuerte, con fiebre, dolor de pecho y pérdida de gusto y olfato”. “Estuvo un mes sin poder acudir al colegio, ya que a pesar de haber hecho la cuarentena obligatoria no llegaba a recuperarse”, explica la madre.
A los dos meses de contraer la enfermedad, Enzo sufría espasmos musculares y se le agarrotaban las manos y los pies. Sus padres comenzaron a preocuparse y decidieron irse a la Clínica Universitaria de Navarra para que fuera revisado de forma inmediata por un neurólogo. “Le hicieron muchas pruebas y salieron todas bien, afortunadamente. Nos dijeron que carecía de vitamina D, pero ahora ya está bien”, destaca, para reconocer, que durante medio año ha estado “muy asustada por la salud de su hijo”.
Es más, revela que la preocupación que tenía por no saber qué le pasaba al niño era “inmensa”, más aún cuando los médicos se empeñaban en decir en que el COVID persistente no estaba descrito en niños y, que por lo tanto, Enzo no tenía esta nueva patología.
A pesar de que el niño soriano ha superado la enfermedad, el COVID le ha dejado secuelas psicológicas, es más, a pesar de su corta edad no olvidará tan fácil lo que ha sido y es la pandemia. Su abuela pasó más de mes y medio ingresada en el hospital y pasó mucho miedo. “El niño estaba súper cansado y preocupado por la salud de su abuela. Al final, era consciente de todo lo que ocurría a pesar de su corta edad. No podía coger peso, ni correr porque podría sufrir microparálisis y no volver en sí, según nos trasladaron los médicos en Soria”, recuerda.
Soraya Blanco insta a la sociedad a “no bajar la guardia” frente al virus, ya que aunque todavía hay gente que se empeña en decir que el COVID es parecido a una “gripe” no tiene nada que ver con dicha enfermedad, ya que es un virus “caprichoso” que en algunos pasa de largo y con otros se ceba, incluso sin tener patologías previas.
“Creo que la comunidad científica todavía no sabe cómo actúa en toda su secuencia. Mi madre estaba bien y en cuestión de horas pasó a la UCI, además, ahora lleva muletas porque ha perdido movilidad y le están haciendo muchas pruebas”, describe.
Asimismo, reitera que el neurólogo trasladó una y otra vez que el COVID persistente en niños no existía y que se recuperaría de forma progresiva. “Al niño le ha quedado cierto miedo a moverse. Faltó mucho al colegio, a pesar de que la tutora estuvo pendiente de él y en ningún momento le faltó apoyo académico”.
A pesar de que la comunidad científica apunta a que la enfermedad persistente en los niños no se ha descrito, desde el Hospital Santa Bárbara de Soria, según ha podido saber ICAL, realizan seguimiento a otra niña de la provincia que, meses después de pasar el COVID, no termina de recuperarse.
24 años en un cuerpo de 80
Por su parte, la salmantina Elena Fuentes Castaño cree que se contagió durante el mes de octubre en el trabajo, ya que acababa de comenzar a ejercer como matrona en el Hospital de Salamanca. Tras pasar “fiebre y catarro” no llegó a recuperarse nunca, es más, determina que ahora está peor que cuando era positiva al coronavirus. “Me noto como una señora de 80 años. Estoy cansada, tengo dolores musculares muy fuertes de no poder estar sentada o de pie, que limitan mi vida diaria», relata.
Elena estuvo de baja durante varios meses, pero decidió reincorporarse a la actividad, ya que emocionalmente el pasar la enfermedad fue muy duro para ella y se refugió en el trabajo como alivio psicológico. La joven llevaba años luchando para conseguir la residencia de matrona y estaba recién reincorporada. “No he vuelto a coger la baja porque emocionalmente necesito ir a trabajar. Pero físicamente tengo limitada la fuerza en las manos, padezco temblores, agotamiento físico extremo. Algunas veces después de trabajar no puedo casi ni hablar del cansancio que tengo. No tengo ni gusto ni olfato”, describe, para apostillar que tiene que apuntarse todo lo que quiere recordar y, a veces, es incapaz de retener las cosas y le cuesta comprender algunas, cuando hacía pocos meses que me acababa de sacar una oposición.
La matrona salmantina afirma que tras superar la enfermedad los síntomas perduraban e incluso algunos se intensificaron después de recibir las vacunas. Es por ello que acude a la consulta de COVID persistente una vez al mes para conocer cómo evolucionan los síntomas. Los médicos prueban distintos tratamientos pero, de momento, ninguno ha dado el resultado esperado.
Afirma que, al principio de parecer el ‘Long Covid’, se sintió “un bicho raro”, ya que veía a otras personas que habían superado el virus y estaban perfectamente, pero luego, tras hablar con más personas, se percató de que no estaba sola en esto. La joven caminaba mucho, hacía bicicleta estática y, como cualquier chica de su edad, alternaba con sus amigas. Ahora su vida ha dado un vuelco total y se reduce del sofá o la cama al trabajo y viceversa.
La comunidad científica todavía no se ha puesto de acuerdo para determinar las secuelas que deja el COVID, ya que en cada paciente es distinto, pero ya apuntan que en el caso de las mujeres los síntomas van enfocados a cuadros de fibromialgia y fatigas crónica.
“No he vuelto a ser yo. Mis planes de ocio se han reducido al mínimo, ya que hay que esperar a ver cómo estas ese día”, expresa en declaraciones a Ical, para exigir que se investigue sobre el COVID persistente, ya que, es cierto, que hasta ahora lo primordial ha sido salvar vidas pero ahora va a ver muchas personas con secuelas que necesitan ayuda.
Según un estudio británico, el diez por ciento de los pacientes recuperados de coronavirus sufre esta condición tras cuatro semanas desde su test negativo. Además, el COVID persistente impide la recuperación completa del cinco por ciento de los recuperados del síndrome respiratorio dado por SARS-CoV-2.
El Covid persistente es un síndrome crónico, resultante de la tormenta inflamatoria provocada por COVID- 19. El deterioro cognitivo (el llamado latigazo cerebral que describen los británicos, la niebla cerebral), problemas vasculares, cardíacos, respiratorios, neurológicos, renales, dermatológicos son algunas de sus consecuencias directas. A estas se suman la ansiedad, la depresión, la sensación de cansancio o el desapego de la vida. La lista se extiende a más de 200 síntomas en diez órganos. Estudios internacionales recientes han actualizado la lista de repercusiones clínicas, describiendo casos de Covid persistentes a las 35 semanas desde la «resolución biológica» de la infección, es decir, desde la prueba negativa.