“Sed buenos y no más. Sed lo que he sido entre vosotros”. Así decía adiós Machado a Francisco Giner de los Ríos en ese poema elegíaco que se ha convertido ya en una oración laica. Y así podríamos despedir a Jesús Serrano, una de las almas de la galería La Casa del Siglo XV junto a su hermano Ángel. Jesús era un ser entrañable, un militante de la buena educación y el respeto, en tiempos de egos y bocazas, un alma noble, con todo lo que ello conlleva de desprendimiento y generosidad, de las que enriquecen a quienes conoce. Y una inteligencia lúcida, también. Se comprometió con el arte contemporáneo con un criterio muy fino, con una portentosa intuición cuando todavía no se había extendido el conocimiento de este arte, ni se enseñaba en los colegios ni tenía hueco en los medios. Y lo hacía con plena conciencia, a sabiendas de que ese compromiso era también un compromiso cívico. Y también una manera de vivir la vida con más intensidad, con más placer, con más alegría.
Nunca se hablará lo suficiente de lo esencial que fue su labor, la de La Casa, para que hoy Segovia sea tal y como la conocemos, una ciudad de cultura, orgullosa de sus creadores, de su patrimonio y de su memoria. Exponer a Emiliano Barral, un republicano odiado por muchos; exponer a Picasso, el ogro antifranquista… Abrir las puertas a la poesía, a la crítica, a la mordacidad, a la libertad, a la mayoría de edad de un país, de una ciudad también. Y todo sin un solo gesto de heroicidad y sin darse importancia, con la sensación de normalidad con la que los grandes hacen su trabajo. Hay una generación que hizo la Transición entonces y puso sus bases mucho antes, y con la que algunos quieren ser injustos, pero a la que debemos buena parte de las libertades que tenemos. Y a esa generación de la que estamos orgullosos pertenecieron no solo Jesús, sino sus inseparables en este proyecto que iba más allá de las paredes de su Casa, su mujer Aurora, su hermano Ángel y su cuñada Carmen.
Se ha hablado mucho sobre la dualidad Ángel-Jesús, Jesús- Ángel, esa hermandad perfecta, ese Jano bifronte que hoy queda medio silencioso. Parece que hay consenso en opinar que Jesús era el toque de delicadeza, la exquisitez formal, el rigor, el cariño silencioso, aunque hablar de Jesús también es hablar de Ángel, y a veces parecía que uno hacía de otro y viceversa. Cuando todavía el arte y la cultura eran un objeto de lujo, y más en una ciudad pequeña y con fama de conservadora como ésta, ellos convirtieron su Casa en un espacio de calor y de conocimiento, donde eran bienvenidos desde los artistas más consagrados hasta los creadores más jóvenes, de todas artes, escuelas y disciplinas. Por aquí pasó todo el arte contemporáneo español de la segunda mitad del siglo. Que nos perdonen sus hijos, pero muchos se consideraban estos días un poco hijos de Jesús por la confianza, la seguridad y el cariño que supo poner en las manos de todos, experimentados o no, los que subían aquellas escaleras míticas de la Casa, en las que cuando entrabas ya se empezaba a escuchar jazz o flamenco o música clásica… un mundo diferente. Esa distancia que a veces el arte moderno o las galerías ejercen sobre muchos era abolida instantáneamente por ese calor, esa música y los hermanos Serrano, Ángel, y el propio Jesús, que, con ese gesto de sabiduría un poco budista, sonreía y te hacía sentir en casa.
Ahora Ángel, Aurora y Carmen no se quedan solos, porque no está solo quien se encuentra rodeado de tanto afecto como ayer manifestaron a su familia y a Jesús en el Tanatorio todos a los que la amarga noticia encontró cerca, todo el mundo de la cultura segoviana: pintores y creadores de todas las generaciones y de todos los estilos, periodistas, fotógrafos, representantes de todas las instituciones artísticas locales, del Torreón de Lozoya al Esteban Vicente (proyecto que apoyaron sin fisuras en su creación, cuando algunos cuestionaban su oportunidad), o los editores de La Uña Rota (donde presentaron sus primeros libros, y que en homenaje a la Casa del Siglo XV retiró, como en los equipos de baloncesto, el número 15 de su colección de Libros Inútiles).
Afortunadamente Jesús vivió lo suficiente para que ver reconocida su labor. Echaremos de menos esa paradita, siempre, cualquiera que fuera la circunstancia, en cualquier sitio, para ofrecer una sonrisa, un saludo de verdad, de auténtico afecto. Dicen que Beethoven dijo que el único signo de superioridad que conocía es la bondad. “…Sed lo que he sido entre vosotros”. Ojalá, y gracias, Jesús.
José Antonio Gómez Municio, periodista y gestor cultural.