Quizás porque estamos cerca de la Navidad y la iluminación de las calles ayuda o tal vez porque ayer era una tarde-noche de esas en las que los astros se alían para que a las luces naranjas de la ciudad se le sume un brillo especial, lo cierto es que llegar del pabellón Pedro Delgado, donde hacía mucho tiempo que no se sentía un ambiente parecido ―Fredi, nosotros no tenemos ‘Miudiño’, pero un día fuimos la mejor afición de España― al Teatro Juan Bravo de la Diputación, donde el santiagués Fredi Leis sacó brillo a sus canciones de forma muy generosa durante algo más de dos horas, fue como pasar de una plaza llena de neón a otra.
Un golpeo rítmico de bombo de batería y un sugerente y repetitivo “esa marca de soul” inauguraba la noche en el Juan Bravo. Apenas habían pasado unos segundos desde que había empezado a sonar la música y Fredi Leis, que acababa de pisar el escenario ―lleno de alfombras rojas de aspecto oriental, de esas que se esparcen por los suelos de los estudios de grabación― ya tenía al público segoviano en su bolsillo. O en sus caderas.
Con camisa negra de flores entreabierta, cazadora de cuero, pantalones negros de pitillo y botas de punta y ante marrones, Fredi Leis se agarraba al pie de micro y comenzaba su primer concierto en Segovia bailando como lo hacen los cantautores que bailan y contagiando rápidamente a algunos de sus seguidores, mujeres y hombres, que desde el principio corearon cada letra de sus temas y ni siquiera llegaron a aguantar una canción sentados sobre sus butacas. Entre esos seguidores, llamaba la atención en cuarta fila una familia con tres niños que juntos no sumaban diez años y en los que, en repetidas ocasiones se pudieron leer en sus labios los estribillos de los temas. La música siempre deja notas maravillosas en cada concierto.
Fredi Leis contribuía a ello; dejando caer las vocales en muchas de sus canciones, alargando las melodías en otras de ellas, acercándose al precipicio del escenario pidiendo al público que le acompañase en los coros o repitiendo hasta la saciedad esos estribillos en los que los espectadores parecían más entregados. De vez en cuando explicaba sus canciones y su historia de amor complicada y en un momento de la noche incluso llegó a quedarse a solas con el piano, al fondo de la escena, para interpretar una canción de esas que queman un poquito más a quien la escucha y se encuentra paseando por la misma letra.
Por el escenario pasaron las de los labios rojos, las de apenas, las de salvarse, los disparos al aire o las guerras de granadas y ‘sevillas’. Fredi Leis no se dejó nada en su Santiago natal y el público segoviano lo agradeció. Tampoco lo hicieron sus músicos, con una mención especial al virtuoso Manu Míguez, quien pese a estar con el brazo en cabestrillo y recién operado de la muñeca no quiso pasar la oportunidad de volver a Segovia. También es de justicia hablar de Carmela, quien lleva acompañando a Fredi Leis desde sus comienzos y ayer dejó volar las últimas mariposas en forma de notas de guitarra que el santiagués entregó a Segovia: acapella y al borde. En el segundo bis. Dos horas después, agradecerle “tanto amor, tanto amor” era tan justo como necesario.