Imagen de San Frutos en su capilla de la Catedral de Segovia Img/catedraldesegovia.es

Cada 25 de octubre, la ciudad de Segovia celebra a su patrón, San Frutos, un eremita hispano que eligió la soledad de las Hoces del Duratón para dedicarse al servicio de Dios. Nacido hacia el año 642, tras la muerte de sus padres repartió su herencia entre los pobres y, junto con sus hermanos Valentín y Engracia, iniciaron un camino de retiro y de oración que terminó en lo que hoy es el parque natural, dentro del término municipal de Carrascal del Río. Allí, entre rocas y encinas, entregó su existencia a la fe, convirtiéndose en referente espiritual para las gentes de la zona.

La Dama de las Catedrales será nombrada Amiga de San Frutos 2025

Más allá de su vida austera y ejemplar, la memoria de San Frutos se conserva especialmente gracias a las leyendas milagrosas que el pueblo ha transmitido de generación en generación. Cuatro son los milagros que la tradición atribuye al santo, y que forman parte esencial de su devoción y del patrimonio cultural de Segovia.

Los cuatro milagros de San Frutos

Primer milagro: los toros convertidos en bestias de carga

La primera narración habla de cómo San Frutos, necesitado de ayuda para levantar un santuario en honor de la Virgen María, recurrió a unos toros bravos. El santo, con su oración y confianza en Dios, logró que las fieras se amansaran y se convirtieran en animales dóciles de labor. Así, aquellos toros indomables se pusieron al servicio de la construcción del templo.

Segundo milagro: la “cuchillada” en la roca

El relato más famoso es el de la llamada “cuchillada de San Frutos”. Ante el asedio de los musulmanes en la zona del Duratón, los cristianos huyeron en busca de la protección del San Frutos junto a su ermita. Ante el avance de las tropas, San Frutos trazó con su báculo una línea en el suelo. Al instante, la roca se abrió formando una profunda grieta que impidió el paso de los enemigos, salvando a quienes buscaban refugio.

Hoy, para acceder a la ermita, los peregrinos deben cruzar por un puente de piedra que salva esa hendidura legendaria, visible testimonio de la tradición.

Img/Javier Monge- Ermita de San Frutos. Hoces del Duratón

Tercer milagro: el burro arrodillado ante la Eucaristía

El tercer prodigio subraya la fe inquebrantable de San Frutos en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Ante la incredulidad de un serraceno que negaba tal misterio, el santo colocó una hostia consagrada entre la comida de un burro. El animal, en lugar de comerla, se arrodilló reverente. El gesto fue interpretado como un signo divino: si hasta una criatura irracional podía reconocer la grandeza del Sacramento, cuánto más debía hacerlo el ser humano.

Cuarto milagro: la mujer despeñada y salvada

Incluso después de muerto, San Frutos continuó obrando milagros. En 1225, una mujer fue injustamente acusada de infidelidad por su marido, que la arrojó desde lo alto de la hoz del Duratón. Sin embargo, por intercesión del santo, la mujer no murió en la caída. En agradecimiento, entregó sus bienes al priorato de la ermita. Una inscripción en el muro sur del templo aún recuerda este prodigio: “aquí yace sepultada una mujer de su marido despeñada y no morió i hizo a esta casa lymosna de sus bienes”.

Milagros en piedra y tradición viva

Los milagros de San Frutos no quedaron en el aire: están inscritos en el paisaje, en la piedra de la ermita y en la memoria de los segovianos. El puente sobre la “cuchillada”, la inscripción que recuerda a la mujer salvada, las tumbas medievales del entorno y la peregrinación del 25 de octubre son testimonios vivos de una devoción que trasciende siglos. Su ermita, colgada sobre las hoces, sigue siendo lugar de encuentro y de espiritualidad, donde cada año miles de peregrinos renuevan la memoria de un santo que, según la tradición, aún vela por su pueblo.