Un verano en El Sotillo con 3 hijos adolescentes que reclaman viajes diarios a la Plaza del Azoguejo, donde han quedado con sus amigos, puede cansar tanto a un padre como para que éste esté dispuesto a gastarse 105.000 pesetas en un ciclomotor. Antonio Fisac Fuentetaja, viajante jubilado de 66 años, sabe de lo sabe de buena tinta. «Estaba cansado de tener que llevarles a Segovia para que estuvieran con sus amigos y de tener que irles a buscar más tarde cuando era hora de volver a casa», reconoce. «La verdad es que compré la Vespino para que me dejarán en paz». Antonio, cansado de tanto viajecito, prometió a sus hijos que si terminaban el nuevo curso con buenas notas, al verano siguiente les compraría una Vespino. Y dicho y hecho. Nada estimula a un adolescente a aplicarse en el estudio como la promesa de un caballo con dos ruedas.

«Un día de junio llegué a casa después de un viaje y ahí estaban los tres, esperandome sonrientes con las notas en la mano», cuenta sonriente.  La recompensa fue una Vespino que le libró a él de los viajecitos durante un tiempo y que aún hoy en día, casi 20 años después, sigue conduciendo por las calles de Segovia: «No ha tenido ni una avería de motor, alguna vez le he tenido que cambiar las bujías, pero la verdad es que funciona estupendamente». «La compramos la víspera de San Pedro en el año 91, en el concesionario Matesanz, que entonces estaba en la calle Independencia», relata. Las 105.000 pesetas invertidas le libraron de hacer viajes con sus dos hijos mayores porque como el cuenta «la moto la llevaba el mayor y la mediana iba de paquete». Aunque alguna vez, la moto fue motivo de disputa: «Tenía que quedar en algún sitio para subir de vuelta a casa en El Sotillo y había peleas porque la hermana no aparecía a la hora y en aquella época no había móviles».

Las motos por aquel entonces no despertaban en los padres los temores de hoy en día. «No había tanto tráfico y la moto no pasa de los 50 km por hora, a lo mejor, con condiciones óptimas por la carretera de La Granja se puede poner a 60, pero miedo no me daba que ellos la condujeran», asegura. Después los hijos se hicieron mayores, se fueron de casa y la moto pasó a ser de uso paterno. A día de hoy la sigue usando, «sobre todo en verano», «para hacer recaditos, echar la partida con los amigos o subir los jueves al mercado». Los 3,5 litros de gasolina que consume a los cien y el buen funcionamiento del motor hacen de la vieja Vespino el mejor trasporte para moverse por Segovia. «Cada vez que toca pagar el seguro mi mujer me dice que la quite pero yo siempre le digo que la Vespino me hace un buen papel», explica, «además, mi hijo y yo le tenemos mucho aprecio».

Este verano, un día de agosto, se cruzó con el presidente de la Asociación Cultural Plaza Mayor de Segovia, Paco del Caño, cuando aparcaba su Vespino junto a la Iglesia de San Martín. «Paco me preguntó si querría desfilar con ellos con mi Vespino, como hijo pequeño de la Vespa, y me pareció bien». 24.600 km después, recorrerá el trayecto que va desde la Plaza Mayor hasta el Palacio de la Floresta rodeado de Vespas.

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