15 semanas en cartel, más de 9 millones de euros recaudados, premio José María Forqué a la mejor producción del año, 13 nominaciones a los Goya, 8 galardones. Pero nada, llega Pedro Almodóvar y se convierte en el centro de atención. El cine español ha cambiado, pero sigue pecando de cateto.

Alex de la Iglesia prometió reconciliar al director de Los abrazos rotos con la Academia de cine. Y lo consiguió. Jugó con el factor sorpresa en una gala normalmente muy aburrida, se marcó un tanto delante de la Ministra de Cultura e hizo que ése fuera uno de los momentos con más audiencia de la gala. Pero ¿no era más importante el premiado que el encargado de entregar el premio? El manchego se encargó de dejarlo bien clarito: “Estoy aquí porque Álex es un pesao”. Tanto el público como los periodistas que esperábamos en la sala de prensa, nos sorprendimos al ver a Almodóvar sobre el escenario del Palacio de congresos de Madrid. ¿Es un doble? ¿Pero es una broma? Y la encargada de prensa de la Academia dice (con una sonrisa de oreja a oreja): No, no es una broma, es de verdad.

Para mí, el protagonista de la noche de los Goya no fue Almodóvar (o al menos eso quiero pensar). Fue Daniel Monzón y punto. Bueno, Daniel Monzón, Marta Etura, Alberto Ammann, Luis Tosar, Jorge Guerricaechevarría, Sergio Burman y Mapa Pastor. Todos los que recibieron la esperada cabeza del pintor por su trabajo en Celda 211. Llegaron a la alfombra verde juntos, entre risas, con la seguridad de quien se sabe favorito. Abrazos, besos, bromas y muchas ganas de pasarlo bien. Daniel Monzón, como siempre, encantador con la prensa. Marta Etura, radiante (será el amor). Alberto Ammann, como el que lleva en el negocio toda la vida, aunque éste sea su primer trabajo en la gran pantalla.

Motines aparte, Alejandro Amenábar también tuvo su protagonismo, aunque hizo lo posible por esquivarlo. Se llevó la nada despreciable cifra de 7 estatuillas, todas técnicas, excepto la de mejor guión original. Faltaba Mateo Gil para compartir el premio. ¿Dónde estaba?

Los Gordos (ahora flacos) de Daniel Sánchez Arévalo, se tuvieron que conformar con ver a Raúl Arévalo, totalmente descolocado, subiendo a recibir el Goya al mejor actor de reparto. Fue la sorpresa de la noche y, entre canapé y canapé, en la sala de prensa se oyeron algunas quejas.

Con Lola Dueñas no hubo sorpresas. Todo el mundo sabía que el Goya era para ella. Se acordó de los directores de Yo, también que se quedaron sin premio y compartió la mitad de la estatuilla con su compañero de peli Pablo Pineda. Dueñas es mujer de pocas palabras, no le gustan las entrevistas y se muestra nerviosa con la prensa. Pero lo poco que transmite a los periodistas, lo suple con creces en la pantalla grande.

Y luego está Fernando Trueba que llegó, lució traje y se marchó. Como dijo el locutor de la gala: el título de su película no fue precisamente premonitorio.

Los desplantes, siempre de las mismas. Paz Vega llega la última, luce palmito para los fotógrafos y luego se disculpa con la prensa diciendo: perdón, no puedo dar declaraciones porque llego tarde. ¿Y por qué no has llegado antes? ¿Te estabas quitando los rulos? ¿Estabas ensayando para tu nueva película? No, eso no.

 

 

 

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