Joaquín y José nunca se imaginaron las dificultades a las que tendrían que hacer frente para hacer realidad su sueño de convertirse en empresarios. Tras un año de trámites y una inversión muy potente, son capaces de ofrecer leche fresca a los salmantinos que se agolpan ante la primera máquina expendedora del producto colocada en Castilla y León. Pronto Valladolid y Zamora podrán disfrutar de un aroma y sabor diferentes a los que ofrecen los supermercados. Y es que la leche del día sí que sabe a leche.

Sábado a primera hora de la mañana. Varios jóvenes yacen sentados en la acera junto a una caseta marrón. Desde lejos, varios transeúntes están convencidos de que los estragos de una noche de fiesta están haciendo mella en el grupo de chavales que parecen exhaustos. A medida que los viandantes se acercan descubren caras de cansancio, sí, pero, con sorpresa, comprueban que, para combatirlo, los estudiantes beben varios litros de leche.

Quizá la sed y las prisas les hayan impedido observar con calma que en la caseta de la que han extraído el líquido que consumen, un cartel especifica que están bebiendo leche ordeñada ese mismo día en la granja de Joaquín Romero, el emprendedor que, hace un año, decidió lanzarse a la aventura de colocar en Salamanca la primera máquina expendedora de leche que existe en Castilla y León.

Durante los últimos doce meses, el proceso para poner en marcha la idea, aparentemente sencillo, ha supuesto una sucesión de tramites, papeleo y requisitos de lo más diverso y, sobre todo, una inversión de 140.000 euros en la que tanto Joaquín como su socio, José Montero, han arriesgado su patrimonio familiar.

Amigos desde la infancia, la vida separó a Joaquín y José hasta que en 2009, el segundo regreso de Gran Bretaña, donde había pasado los últimos 20 años. Ante el panorama laboral que se encontró en España consideró la alianza con su amigo Joaquín la mejor manera de hacer realidad su sueño de sacar adelante un negocio propio. “Se juntaron el hambre y las ganas de comer”, asegura Joaquín aún con el brillo en los ojos ante la ilusión que le producen las largas colas que cada día se forman ante su máquina, ubicada en el paseo de San Antonio, en busca de un producto cuyas propiedades, aroma y sabor “son diferentes a la que solemos encontrar en tiendas o supermercados”.

 

300 litros diarios

Entre agradecimientos al Ayuntamiento de Salamanca por la sensibilidad demostrada hacia una idea novedosa, que podría haber despertado recelos, Joaquín explica que, desde que echara a andar la aventura, el pasado 19 de marzo, la maquina expende casi 300 litros diarios de leche, una cifra importante para ir recuperando lo invertido aunque analizada con cautela por los padres de la idea que prefieren esperar a que pase más tiempo por si la extraordinaria aceptación demostrada por los consumidores únicamente se debiera a la novedad.

“No nos va mal, aunque esto no es un milagro ni la panacea pero sí una nueva opción para buscar un mercado hasta ahora desatendido”, explica Joaquín para quien la intermediación de los grandes distribuidores había echado a perder “este tipo de consumo”.

Durante la media hora que compartimos con Joaquín junto a su punto de venta, en torno a 50 personas se interesan por probar la leche recién ordeñada, incluso esperan pacientemente a que terminen las labores de mantenimiento de la máquina a la que hay que cambiar el tanque, agotado de nuevo. “Queremos que la gente que conocía esta forma de consumir leche, la recupere y que los jóvenes la descubran”, y a fe que lo están logrando.

Lo que desconocen quienes se ponen a la cola es que la leche que la máquina les sirve a una temperatura nunca superior a los ocho grados procede de una explotación de sólo 20 vacas en la que los animales no viven estabulados sino que pastan al aire libre sin estar sometidos a la tiranía de la ganadería intensiva . “Mi producción es menor pero la calidad del producto de un animal libre y menos estresado es mucho mejor”, revela Joaquín, que, para cumplir a rajatabla con la normativa sanitaria, ha tenido que construir en su granja una planta de pasteurización por la que pasa la leche recién ordeñada antes de ser trasladada a la capital salmantina para que el público la consuma a un precio que ronda desde los diez céntimos a los dos euros.

El proceso es sencillo. La propia máquina facilita por 30 céntimos botellas de plástico higienizadas y autoprecintables. A continuación basta con pagar el importe de la leche requerida, colocar el recipiente bajo una boquilla aislada de la polución callejera por una pequeña puerta de aluminio y presionar un botón para que nos llevemos a casa o consumamos allí mismo la cantidad exacta de leche.

Joaquín recomienda reutilizar los recipientes y ser cuidadoso con la limpieza de los mismos. Por eso, hace días, después de poner a punto la máquina, no dudó en llamar la atención a un joven dispuesto a llenar una botella en cuyo fondo se apreciaba cierta suciedad que podía perjudicar el sabor genuino de la leche. Al acercarse, el chico le explicó que aquello que veía en el fondo no era otra cosa que cacao en polvo listo para mezclarse, ser agitado y consumido al instante. Y así fue. “Nunca se me hubiera ocurrido que la gente se las ingeniara de esa forma”, reconoce mientras maquina, medio en broma, medio en serio, la posibilidad de instalar un dispensador de sobrecitos de cacao. Quizá para el futuro.

 

Disctadura del mercado

Si las cosas marchan, José y Joaquín se atreverían con una segunda máquina en otra ubicación de la ciudad aunque, de momento es pronto para pensar en eso. Han pagado su licencia por un año y, de ir bien el negocio, esperan prorrogarla el tiempo que les sea posible y, quién sabe, vender toda la producción de su granja a pie de calle, algo impensable por el momento.

A pesar de ver ya en marcha su idea importada de Italia, Suiza, Holanda y Francia, Joaquín aún se debe a la industria a la que sigue vendiendo la mayor parte de su producción “a unos precios tan ridículos que no cubren los costes y, encima, a la baja”. Comedido y, midiendo cada palabra, afirma resignado que, en esta lucha de David contra Goliat, “los grandes marcan los precios y no hay mucho que hacer contra eso”.

Batallas perdidas al margen, Joaquín y José no dejan de seguir ganándose la confianza de los salmantinos y haciéndoles cambiar el chip para acostumbrarlos a comprar la leche en su punto de venta, como antes hicieron otros en el País Vasco, Navarra, Cataluña, Asturias, Sevilla y Madrid. Pronto Valladolid y Zamora también podrán comprar leche del día a pie de calle.

“Queremos ayudar a proteger, mantener y fomentar los productos de la tierra que están de capa caída cuando lo curioso es que sabemos hacer las cosas tan bien o mejor que en cualquier otro sitio”, reivindica este ganadero que vende “un producto de máxima calidad y exclusivo, porque es sólo de mi granja”. “Es distinto a cualquier otra cosa que el consumidor pueda encontrar ya que, al tratarse de un producto vivo, debe estar refrigerado y su caducidad es menor”, subraya mientras rellena una etiqueta, colocada a la vista de todos los clientes, donde también figura el día límite para el consumo del producto. Cuatro días.

Ese detalle confirma que todo está previsto en esta lechería urbana. Desde que echara a andar el proyecto, Joaquín no se separa de su teléfono móvil. El celular es el nexo de unión con la máquina, que le envía mensajes a medida que el tanque de leche se va vaciando. Cuando quedan 69 litros llega el primer aviso, el segundo cuando restan 29 y, de hacer falta, la máquina se comunicaría con Joaquín en último caso para advertirle que solo hay materia prima para nueve botellas de litro. En cuestión de 20 minutos, este ganadero y su socio recorren los 22 kilómetros desde su pueblo a la capital para hacer los ajustes necesarios. Hasta la fecha, han tenido que ir todos los días a reponer el producto. Y esperan que el ritmo se mantenga. Además, han habilitado un contestador automático al que los clientes pueden llamar en caso de incidencias.

Mientras los salmantinos siguen disfrutando del placer de beber leche del día, Joaquín regresará a su granja, pendiente de las necesidades de sus animales, y se acostará pronto para madrugar, ordeñar, pasteurizar y volver a poner en marcha el proceso. Las vacas no saben de festivos ni puentes. Quién sabe si vendiendo su leche a escasos 500 metros del centro de Salamanca, algún día podrá permitirse un lujo cotidiano que, de momento, a sus 44 años, desconoce. Quizá pueda gozar de unos días de vacaciones.

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